De Christian Dior a cultura del rock: la curiosa transformación de una icónica galería de Recoleta

Cultura | 2022-03-05 20:58:07

La galería Bond Street tiene su ingreso principal sobre la avenida Santa Fe y el secundario sobre Rodríguez Peña

En sus casi 60 años de historia, la galería Bond Street pasó de nuclear las principales marcas extranjeras a ser un clásico punto de encuentro de las tribus urbanas porteñas

Se pensó como una galería elegante, con casi 100 locales de moda y decoración, ubicada en el corazón de Recoleta. Las familias Vaisberg y Azulay, que cedieron a principios de los ‘60 sus propiedades para fundarla, junto a la inmobiliaria Lanusse Construcciones, eligieron nombrarla igual que la distinguida calle londinense Bond Street, un corredor comercial que hasta el día de hoy nuclea las principales marcas de lujo de la ciudad inglesa, como Cartier, Louis Vuitton y Chanel. Siguiendo su inspiración europea, en la Bond Street argentina se instalaron en ese entonces locales como Christian Dior y Calzados Alonso. Fue la primera galería del país en tener escaleras mecánicas.

Con el abandono de la mitad de la galería, la otra mitad también se vio afectada. Para 1986, de los 100 locales, solo 10 estaban ocupados. Pero la fortuna del lugar cambió cuando en el subsuelo, totalmente abandonado, se instaló una movida cultural under que fue creciendo hasta irradiar el total del paseo.

“Conocí el lugar por un amigo que me dijo: tengo un lugar baldío para mostarte’. Imaginate lo que era ese subsuelo. A mi me encantó”, cuenta Joaquín Amat, arquitecto y fanático del heavy metal, de 72 años. En el ‘89, Amat decidió crear y financiar una movida cultural alternativa allí abajo y el resultado lo sorprendió. “Alquilé 14 locales. Lo primero que hice fue darle uno a Ricardo Iorio, cantante de V8, que abrió una casa de compra venta de instrumentos. Le di otro a Semilla Bucciarelli, de los Redonditos, que expuso sus propios cuadros, y otro a Jorge Iacobellis, de Todos tus Muertos, que puso una casa de baterías. Sobre la entrada del fondo había un bar. Toda movida necesita un bar. De repente, empezó a agitarse la cosa. Al principio, hacíamos recitales en el pasillo y venían tres personas. Pero, al poco tiempo, una noche, llegaron a haber 300. ¡Una locura!”, recuerda.

En esa misma época, se instalaron en la planta baja de la galería los primeros tatuadores. El que allanó el camino fue Alfonso “Chacho” Villafañe, con su local Indian Tatoo, en ese entonces un joven incursionando en el rubro. Villafañe fue el primero de muchos en hacer carrera y fama en esos pasillos. “Era un lugar muy oscuro. Casi no había luz”, recuerda, desde su comercio, cerca del ingreso de Rodríguez Peña. Los tatuajes eran controversiales en ese entonces, no solo por su apariencia, sino por el temor al VIH, enfermedad que se había descubierto hacía pocos años. El éxito rotundo empezó a mediados de los ‘90, cuando los locales se ocuparon en su totalidad y la galería, de moda, empezó a atraer a todo tipo de clientes además de a su clásico nicho rockero.

“Casi no se podía caminar por los pasillos de la cantidad de gente que había. Se vendía ropa importada muy buena, vinilos que no se conseguían en ningún otro lado. Por la galería pasaron Slash, los de Iron Maiden, los de Mägo de Oz. También Maradona, Rodrigo. Yo le hice todos sus tatuajes a Rodrigo, todos menos un caballito de mar que tenía en la espalda”, suma, con orgullo Villafañe, sentado en uno de los sillones del local. Al igual que en la mayoría de los puestos de tatuajes, en su comercio ya no hay un catálogo de dibujos. Hoy, los clientes buscan en Internet el modelo que quieren o lo traen dibujados, explica.

“La mayoría de los que vienen a tatuarse son mujeres”
El tipo de tatuaje también ha cambiado a lo largo de las décadas. El más buscado ya no es la icónica lengua de los Rolling Stones, sino personajes de animé y brazaletes maoríes. También hubo cambios vinculados al perfil del cliente. “Antes, eran todos varones. Ahora, la mayoría de los que vienen a tatuarse son mujeres”, afirma Villafañe.

El estilo de los locales de indumentaria fue mutando a medida que mutaron las tribus urbanas. “Cuando empezó a llenarse, había locales de crestas punk. Después, vinieron los góticos. Ahora, los dark siguen, pero están, además, los fanáticos del animé. Muta constantemente, pero siempre está lleno”, cuenta Ceriani

En la galería conviven los viejos y los nuevos, los que conocieron la galería desde sus inicios y quienes recién llegan, aprovechando los locales que quedaron libres tras la pandemia. Después de aquel golpe generado por el aislamiento obligatorio, la galería volvió a llenarse como antes y hoy ya no quedan locales vacíos.

La competencia es mucha, aseguran algunos de los nuevos comerciantes. Hay más de 20 locales de tatuajes dentro de la galería. Pero los que tienen más antigüedad y años de experiencia no se sienten amenazados porque su clientela es fija y su fama parece irrevocable. “Los que llegaron acá hace años como emprendedores hoy son empresarios. Está el ejemplo de Mc Pyo, que empezó como aprendiz en un local de tatuajes pintando remeras y hoy es un tatuador famosísimo”, dice Ceriani

Para los comerciantes con más años en la galería, mucho ha cambiado con el correr de las décadas, pero hay algo que persiste. “Por más modas y looks nuevos que aparezcan, que yo ya no se ni cómo se llaman, acá se sigue escuchando rock. Siempre va a haber rock en estos pasillos”, resume Villafañe.

Por María Nöllmann