En el Día del Trabajo, Benito Quinquela Martín

Arte & Diseño | 2022-05-01 12:32:41

La historia personal de Benito Quinquela Martín es un ejemplo de empeño y tesón que hoy más que nunca conviene recordar.

A la hora de asociar el arte argentino a la celebración de la fecha del Día del Trabajor, remitirnos a Benito Quinquela Martín y su historia personal resulta ineludible. Había nacido en 1890. Fue abandonado en la Casa Cuna y a los siete años fue adoptado por el matrimonio Chinchella: él, un obrero portuario genovés, y ella una entrerriana analfabeta. Desde ese humilde origen en La Boca llegó a ser comparado por el director de la Tate Gallery de Londres con Vicent van Gogh.

Las vicisitudes del derrotero de su vida han sido ampliamente descriptas (y noveladas). Ocioso sería repetirla. Baste recordar que aún cuando Quinquela se daba el lujo de exponer en los mejores museos de Europa y Estados Unidos, cierta “crítica culta” calificaba su pintura como “ruido chillón y gangoso de una jazz-band tartamudeado por un fonógrafo barato”. Pero nada lo detuvo.

Siempre fue un luchador. Alguna vez testimonió: “Me había visto obligado a luchar desde niño con la pobreza, con el trabajo y con la vida”. Es por eso que se identifica con el pueblo al que (volviendo a sus palabras) pertenecía. También por ello sus obras tras un período inicial en que hace paisajes de corte impresionista, están pobladas de trabajadores portuarios y de chimeneas que humean aún en los años difíciles de la década del treinta. Homenaje al trabajo cuando está y añoranza cuando falta.

Su amigo, el Presidente Marcelo T. de Alvear, le abrió las puertas para sus éxitos en Europa. Cuando expuso en Italia, algunos años antes de la gran depresión, un Mussolini fascinado con “il pittore del lavoro” lo quiso retener en la península para convertirlo en “il mio artista”. Más tarde sería Perón quien lo seduce al punto que en 1974 lo condecora entregándole personalmente una réplica del Sable Corvo de San Martín.

Quinquela desoye los cantos de sirena. Desinteresado y filántropo vuelca sus esfuerzos a su querida república de La Boca donde dona un museo, una escuela, un jardín de infantes y un lactarium. Los museos de todas las provincias reciben en donación sus obras. Es, por derecho propio, en vida y aún hoy nuestro artista más popular. Creía en el esfuerzo y la educación como medios para lograr el progreso.

Vivió en una Argentina que se hizo grande con el trabajo de oleadas de inmigrantes, como el padre que le dio un apellido que luego él nacionalizó; donde la educación aseguraba el progreso individual y las oportunidades de trabajo genuino en el campo y en la ciudad florecían de la mano de la inversión, todo abonado por un marco de reglas claras, sin privilegios y sin dádivas. En suma, en una Argentina que hoy añoramos.

Vuelve entonces la mirada a Benito Quinquela Martín, quien en plena crisis del treinta pintaba sus chimeneas humeantes, para conmemorar con sus obras este primero de mayo.

Presentamos acá una selección de obras a modo de hitos de la amplia y fabulosa producción del maestro.

“Impresión” es una obra temprana del período en que los sábados por la mañana Quinquela pintaba junto con su maestro, Alfredo Lazzari, en la Isla Maciel. El título que usó repetidas veces en la época alude a una escuela que luego fue abandonando. Está firmada “B CHINCHELLA M”, esto es con el apellido de sus padres adoptivos, que luego castellaniza, y con dos de las iniciales del nombre con que las monjas lo bautizaron (Benito Juan Martín).

“En plena labor” (1935) y “Puerto” (1940) son posteriores a sus grandes conquistas internacionales. Ha triunfado en París, ha sido alagado en Roma y comparado con Van Gogh en Londres. En estas obras ya se perfila su impronta personal de pincelada (y espatulada) más amplia con una paleta más contrastada y la insinuación del claro-oscuro que profundizará más tarde. Se puede decir que su pintura se vuelve expresionista.

Quinquela utilizó mucho esta técnica de grabado en la que Rembrandt primero y más tarde Canaletto y Goya se destacaron. Al ser obras múltiples, son accesibles (a menudo incluso Quinquela las regalaba) y significan un vehículo de difusión ideal y una forma de llegar a todos.

“Atardecer" es uno de los trabajos característicos de un período donde su popularidad contrasta con la “crítica erudita” que en el momento lo denosta. En ellos el maestro utiliza más materia que modela con un espatulado ágil y es habitual el contraste del claro-oscuro.

En “Proas Iluminadas” de 1964 vuelve el jolgorio del color. Es precisamente en el color que manejó siempre con osadía donde Quinquela fue finalmente aceptado en forma unánime como un grande de nuestro arte.

*Carlos María Pinasco es consultor de arte.