Recordando a Alberto Horacio Collazo, divulgador del arte nacional

Cultura | 2022-06-27 15:21:43

Con el Negro Alberto, como le decíamos cariñosamente, éramos amigos y compañeros de militancia en la política nacional y universitaria en la Facultad de Filosofía y Letras, nos encontrábamos y charlábamos durante horas, hasta que me dieron la triste noticia de su muerte.

El 6 de junio de 1998, en la ciudad de Buenos Aires, a los 58 años, falleció Alberto Horacio Collazo. Había nacido en la Capital Federal el 10 de diciembre de 1939. “Investigador y docente. Murió el crítico de arte Alberto Collazo.” Leo en Clarín, donde se desempeñaba habitualmente como columnista especializado.

“Obituario. Alberto Horacio Collazo. Divulgador del arte nacional.” Leo en Perfil.

Ya recibido como profesor y licenciado, Alberto se dedicó a dar clases y a investigar. Enseñaba Historia del Arte en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón –donde una semana atrás había votado en las elecciones internas de autoridades académicas de dicha institución- y en la Universidad 3 de Febrero.

Como investigador formó parte del equipo que realizó la “Historia del arte argentino 1880-1920” en el Instituto de Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; y en los institutos de Historia del Arte Julio Payró y Antonio Zinny.

Fue colaborador en el diario Clarín informando sobre actividades del mundo de la plástica local; corresponsal de la revista internacional Artnexus, con sede en Colombia; miembro de la Asociación de Críticos de Arte de Argentina y de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.

Conservo tres trabajos de Alberto: 1) “Quinientos años después. Reflexiones sobre arte y cultura.” 2) “América Latina: arte y cultura. Quinientos años después.”; 3) “Afirmación de la particularidad”. Trabajos en los que sin negar “aciertos y exageraciones”, tanto de quienes condena tal acontecimiento como un genocidio como de los que lo ven como “el encuentro afortunado de dos mundos”, Alberto plantea la necesidad de tener una visión más amplia. Una visión que “nos brinde la posibilidad de ver lo mestizo como una manifestación cultural original, ya que responde a situaciones propias, de cierta autonomía relativa por circunstancias geográficas, políticas y culturales coyunturales, como aconteció en determinados momentos y regiones del período colonial, y otro tanto acontece en el siglo XX.”

Una Guía bibliográfica del arte argentino”, editada por el Centro de Arte y Comunicación (CAyC) que Alberto escribió con Jorge Glusberg, y las biografías de artistas que admiraba y consideraba necesario difundir, como Fernando Fader, Carlos Alonso Facio Hebequer, y Armando Donnini, publicadas por el Centro Editor de América Latina.

Dos biografías de Carlos Alonso que me envió a México, publicadas por el Centro Editor de América Latina: una en la serie Pintores Argentinos del Siglo XX, Nº 26, 1980; y la otra en “Pintores Argentinos del Siglo XX. Serie complementaria: Dibujantes Argentinos del siglo XX/8”. Número 120, 1982, que así termina:

“La crítica en general reconoce en Carlos Alonso las cualidades del dibujante y en su ductilidad temática y sus inagotables recursos plásticos las eximias virtudes del creador. El protagonista de sus obras es el hombre, representado no sólo en las escenas que descubren su esencia sino también en situaciones cotidianas. Lo sublime, lo trágico y grotesco transitan por los caminos de la sensibilidad poética y humana. Además en general sus obras señalan como un barómetro en el acontecer histórico en el que está inmerso Alonso. Es por ello que lo ubicamos dentro del campo de la estética en una corriente realista que va más allá de la mera transmisión del tema, plasmándolo con una factura y subjetividad propias tales que la hacen válida y trascendente.”

De Facio Hebequer (Serie complementaria: Grabadores Argentinos del siglo XX/4), Alberto dice que “es un humanista contemporáneo y el centro de su atención está puesto en la dramaticidad expresiva del protagonista que es siempre la figura humana, ya que cuando no es así, trueca en tal a lo que representa. Subjetividad que busca en la comunicación con los otros el elemento válido de la existencia que no se detiene en sí sino que busca en el otro la esencia social que a todos une, es allí donde la carga dramática se pone de manifiesto. Entendiéndolo así, comprendemos que su evolución plástica lo lleva a una actitud esperanzada.”

Alberto siempre fue muy cariñoso conmigo y con Ana Lía, a quien llamaba Anita, y lo demuestra en las dedicatorias: una en la de Carlos Alonso: “Que tengan un Feliz año Nuevo y Anita fuerza que aún falta lo mejor. Negro Macho y Peludo” (1980) y otra en la de Facio Habequer: “Ángel y Anita, Feliz Año Nuevo de Alberto e Irene” (1981).

Con el Negro Alberto, como le decíamos cariñosamente, éramos amigos y compañeros de militancia en la política nacional y universitaria en la Facultad de Filosofía y Letras. Mientras yo cursaba la carrera de Historia, él cursaba Historia del Arte.

Alberto nos fue a visitar a México con su esposa Irene y sus dos hijos, una nena y un varón. Pasamos momentos hermosos. Como yo estaba en Chiapas por cuestiones laborales, Ana Lía y una amiga, Silvia García Franco, los fueron a recibir al Aeropuerto. Con Ana Lía visitaron el Fondo Nacional de Artesanías (FONART), el hermosa barrio de San Ángel, en el camino vieron el monumento a Álvaro Obregón, comieron chocolates con churros; Alberto e Irene se fueron a Teotihuacan y nos dejaron a los chicos; volvieron y rumbearon para Guanajuato y San Miguel Allende. De regreso, yo ya había vuelto de Chiapas y los acompañamos al Zócalo, les mostramos la Catedral, el Palacio de Gobierno con los murales de Diego Rivera, tomamos un té con masas en el Sanborns de los Azulejos. Les encantó la comida mexicana, las enchiladas suizas, los tacos, los sopes, las aguas de tamarindo y de guanábana; Irene compró pañales desechables que en Buenos Aires eran carísimos. Mientras nosotros nos quedábamos en casa con Irene y los chicos, Alberto, recorría lugares históricos y tomaba notas.

Nuestra amistad continuó cuando yo volví a Buenos Aires en 1993, nos encontrábamos y charlábamos durante horas, hasta que me dieron la triste noticia de su muerte.

Por Ángel Cabaña.