Feda Baeza: “El desarrollo de nuestro propio cuerpo es también una obra de arte”

Cultura | 2021-12-01 13:04:39

La Directora del Palais de Glace acaba de ser designada según su identidad de género

Feda Baeza asumió la dirección del Palais de Glace en abril de 2020, y ahora acaba de ser designada en el cargo según su identidad de género. De la mano de esta Doctora en Historia y Teoría de las Artes, investigadora y crítica, la institución se abre a cuestionar su propia historia colonial, y sus propias formas de segregación de públicos y expositorxs, para dar lugar a otras sensibilidades, otras experiencias y otras comunidades, más a allá de las que siempre se han sentido en casa en los museos.


Feda Baeza es directora del Palais de Glace -también llamado Palacio Nacional de las Artes o, como le dicen sus amigues, “Palé”-, el espacio que custodia y difunde las obras del Salón Nacional desde hace más de un siglo. Doctora en Historia del Arte, curadora y docente en la UNA, Feda vivió a la par de la designación de su cargo en 2020 el proceso de visibilizar su devenir de género. Junto a ella, el Palais está atravesando una transición, con propuestas que apuntan a nuevos grupos sociales, diferentes formas de curar las obras y políticas para sumar diversidad a las colecciones. Este mes una resolución cambió los papeles de su cargo y le otorgó lo que es su derecho: el nombre que eligió, Federica, ya figura en todos los papeles.

Finalmente salió la designación con tu nombre, ¿cómo lo recibiste?

-Me sorprendió cómo circuló la noticia, había gente que decía “te lo merecés” y yo pensaba que todes nos merecemos que nos nombren con nuestros nombres, ya sea en nuestros lugares de trabajo, en las escuelas y en los hospitales. Pero hay que hacer todavía muchísimo por la Ley de Identidad de Género, hay un montón de ámbitos que son resistentes y me alegra lo que significa lo mío pero a nivel colectivo, porque quizá le abra el camino a otres compañeres.

Desde que asumiste el Palais está con una impronta disidente, como transicionando, ¿cuál es tu idea de un museo?

-Los museos inicialmente sirvieron como dispositivos de argumentación de cierta victoria civilizatoria, siempre estuvo detrás un sujeto histórico que lo ha alentado y durante muchísimas décadas ese sujeto ha sido un hombre cis blanco. En lo personal tengo una relación ambivalente con los museos, porque a mí me encantan. Yo soy historiadora del arte y siempre han sido un lugar para estar, pero ese estar poco a poco me fue abriendo a la reflexión sobre cuál es el tipo de comunidad que significan, qué es lo que está presente en sus colecciones, cómo construyen sus relatos. Hemos implementado poco a poco distintas políticas para empezar a recomponer otro esquema de representación, porque sentirse representade en los museos también es tener acceso a la ciudadanía. Los museos tienen muchas posibilidades porque son ámbitos en los que es posible conectar, entender y vincular, pero necesitan desaprender un montón de cosas para realmente abrirse a otras comunidades y escenificarlas como se debe. Muchas de las acciones que hemos hecho apuntan a eso.

¿Podés recordar algunas de esas actividades que para vos marcaron una ruptura?

-Por un lado fue asumir que no solo una agenda de contenidos o una programación podía resolver o repensar este espacio. El Palais fue una de las instituciones que tal vez sufrió mayormente el periodo de macrismo: en 2015 tenía 35 personas y cuando asumí había 22, porque en el medio hubo una diáspora, jubilaciones anticipadas, despidos y me tocó reconfigurar ese equipo, integrando por ejemplo a Marlene Wayar como coordinadora de Educación. En los primeros momentos de la pandemia trabajamos en un programa llamado “La colección escucha”, convocando artistas y activistas para que interpelen nuestro patrimonio como Naty Menstrual, la performer drag Mabel y Nancy Rojas, entre otres. Luego empezamos a tener programas en los que abrimos la mirada curatorial a otras comunidades como el colectivo Identidad Marrón y Escritores Villeres, que elaboraron su propia selección desarrollando los textos curatoriales. También hicimos actividades públicas con grupos como el Frente Docente Disidentes, César González y el Gondolín, con el que avanzamos el proyecto de una publicación junto a Dani Zelko.

UN SALÓN DE CABALLEROS
A comienzos de este año, junto con el lanzamiento del concurso anual para el Salón Nacional de las Artes, el Palais incluyó una encuesta con un ítem que ofendió, incomodó e hizo pensar a muchas personas. En el punto donde solían haber solo dos casilleros para poner el sexo asignado al nacer (Varón/Mujer), el nuevo formulario sumó uno para sexo y otro para género, incorporando un total de 16 opciones que no era obligatorio seleccionar y también podían acumularse entre sí. Este asunto se volvió trending topic, apareció en las editoriales de algunos diarios y abrió largos debates alrededor de la idea de que “el arte no tiene género”. Feda, violentada con su nombre anterior en la mayoría de las publicaciones, salió a dar entrevistas y argumentó con un dato: el 80% de las obras que hay en el Salón fueron hechas por varones cis. Además, si bien el arte puede no tener género, es obvio que necesita de artistas, por lo que dejar en evidencia a quienes apoyó históricamente el Premio Nacional podría ser una herramienta para incentivar a que otras formas artísticas se visibilicen.

¿Por qué molestó tanto esa encuesta?

-El Salón Nacional es una política que tiene 110 años -empezó en 1911- y para captar la lógica representacional se hacía muy importante saber quiénes estaban presentes en su escenificación de la comunidad a partir de una encuesta. Más allá de que el jurado no veía tus adscripciones de identidad / orientación sexual al momento de seleccionar a quienes se postulaban, a partir de las críticas empezamos a explicar por qué era necesario visibilizarse: necesitábamos que se visibilicen para construir políticas públicas, para ver de qué modo desarrollar programas específicos. Hubo muches artistas que plantearon que una obra no tiene género, qué dónde está la calidad y cuestiones así. Si las obras no tuviesen género no tendríamos un 80% de hombres cis en la colección, eso está bastante claro. Pero hay que explicarlo porque no se trata simplemente de quitar los privilegios, pero sí de empezar a entender que tiene que haber lugar para todes. Fue un momento muy intenso que vivimos como un punto de quiebre, pero también nos fortaleció.

¿Y cuáles fueron los resultados a partir de quienes se inscribieron este año?

-Fueron muy buenos, de las 2900 personas que se presentaron, 450 se vincularon en la encuesta a alguna parte del colectivo LGBT y casi 120 personas no se identificaban ni como hombres ni como mujeres. Hubo un impacto en la comunidad súper interesante y además nos permitió establecer diálogo con otras generaciones: se redujo un 30% la edad promedio de inscripción del Salón, que todavía sigue siendo mayor de 45 años. Además logramos aumentar un diez por ciento las inscripciones, frente al récord histórico que se había dado en 2015. Pensar el Salón nos posibilitó entender esa misión que teníamos de tratar de promover una comunidad artística más diversa en términos de identidad y orientación, pero también sobre las adscripciones económicas e inclusive de marcas étnicas. Buscamos un Salón que ya no sea un instrumento tan meritocrático, sino que empiece a pensar las condiciones de producción teniendo en cuenta que todavía la comunidad artística profesionalizada, o del arte contemporáneo, está sesgada en algunos grupos. A partir de la encuesta hicimos debates por zoom que tuvieron un gran alcance territorial, debatimos el problema de las comunidades y el Salón, a quiénes está llegando, los procesos de federalización y las disciplinas que se incluyen. Con eso de base se trazó todo un camino que ahora va a presentarse en el nuevo ordenamiento de los espacios del Salón, con reformas que por ahora no puedo adelantar pero que son súper interesantes.

VIVIR EN ARTE
Antes de asumir como directora Feda ya era reconocida en el mundo del arte y las galerías nacionales, además de tener contacto fluido con las generaciones jóvenes dando clases de curaduría en la UNA. Para doctorarse en Historia y Teoría de las Artes en la UBA, investigó en profundidad los procesos del arte contemporáneo argentino y la vida cotidiana en los 2000, con foco en aquellas obras que tematizaban los modos en que las personas cuentan su cotidiano y los objetos con que se relacionan. Con su currículum nadie se sorprendió cuando la designaron al frente del Palais, lo que sí llamó la atención de quienes no eran su núcleo más cercano fue que a la par de su cargo iniciara su transición visible de género.

¡Qué año tuviste en 2020! ¿Fue el nombramiento lo te impulsó?

-La historia empieza antes, porque durante un tiempo practiqué el drag, así que a la noche me montaba y salía. Pero empecé a darme cuenta de que solo la noche no alcanzaba, yo quería vivir así todo el día, era la manera en que me sentía cómoda. La primera vez que lo hice fue el 8M, que había viajado a Rosario para trabajar en una galería y unas amigas de allá me prestaron una pollera. Así fui a la reunión, y de ahí me fui a la marcha. Después tuve la inauguración del Museo del Libro y la Lengua, que fue la primera vez que me presenté montada frente a colegas, mis jefas y lo que siguió fue la pandemia, así que esa parte del aislamiento la transité como pude, menos expuesta. Fue un camino en el que también siempre me apoyé en terapia, un proceso bastante intenso que te hace replantear todos los aspectos de tu vida, también los profesionales, laborales y afectivos. Cuando una transiciona también transiciona tu contexto con vos.

¿Y cómo lo viviste en tus entornos?

-En todo momento me sentí apoyada y aceptada, creo que el entorno del arte puede estar más abierto que otros. Mirando en perspectiva, cuando me recuerdo de niña siento que el arte fue un refugio para construir mi propio mundo, además vengo de una familia en la que mis hermanos son todos varones y había mucha masculinidad en el ambiente. Ahora veo mis cuadernos de dibujo y digo “acá era tan evidente esa necesidad de ir a otro lugar”. Siento que recuperé algo de mi niña, porque había marcas de género que no podía sobrellevar. En ningún momento tuve la percepción de que estaba en un cuerpo equivocado, pero sí me daba cuenta de que había roles de género que me costaban, típicamente en los deportes y toda esa especie de instrucción de la masculinidad que es la educación física. También los vínculos afectivos y las primeras historias de amor estuvieron muy marcadas por eso. Otra de las cosas que me habilitaron a bucear dentro de mí y estar dispuesta a encontrar lo que fuera se dio en las condiciones materiales. Antes de asumir este puesto concursé mi cargo en la Universidad Nacional de las Artes con dedicación exclusiva, lo que me permitió vivir con cierta estabilidad. Eso también fue una transformación, porque cuando sabés que tenés las condiciones materiales para desenvolverte se abre la posibilidad de indagar en vos de otra manera.

¿Pensás que el arte puede ser una clave para transformar esas barreras culturales que nos separan de los derechos que nos dan algunas leyes?

-En mí fue clave, el arte da condiciones de pensabilidad diferentes a las existentes, y en las identidades trans a veces se vive con mucha angustia porque chocan con un entorno que no está preparado. El sistema sexogenérico binario que conocemos no va a ayudar, entonces la gente se siente un poco loca o básicamente es un nivel demográfico, como fuera de espacio. En ese punto la estética te permite la pensabilidad de otros mundos, un lugar donde se puede vivir y construir también. Después está lo que dice Marlene, que el desarrollo de nuestro propio cuerpo es también una obra de arte, porque el modo de construirnos como personas está sembrado de eventos estéticos. Lo que contamos de nuestra propia vida, la imagen sobre nosotres mismes y sobre el resto, es un acto de construcción permanente.

Por Matías Máximo