Carca abre su anecdotario, de Pappo a Cerati y de Ciudad Jardín a Barcelona

Musica | 2022-01-01 13:19:05

A punto de relanzar su carrera solista con dos discos, el músico abre el arcón de los recuerdos de una vida extraordinaria

Carca, después de varios años junto a Babasónicos, retoma su carrera solista

“Yo antes no contaba todas estas anécdotas, pero ahora me di cuenta de que son parte de mí y uno está más grande y hay algo en ese pasado que habla de mí y de mi música también, de lo que hice para llegar hasta acá”, dice Carca, casi a manera de excusa, después de tres horas de charla en el departamento en el que vive desde hace unos años, a metros nomás de Arribeños y Olazábal, ahí donde el Barrio Chino se retroalimenta de aromas, arquitectura y costumbres culturales de aquí y de allá. El anecdotario de esta tarde calurosa recorrió los extraños senderos que van de Pappo y El Reloj a Babasónicos y Gustavo Cerati; de Ciudad Jardín a Barcelona y de Giorgio Moroder a Luis Alberto Spinetta. Todo “carquisado” en su dosis justa, claro.

“Soy muy fana de la música. Igual que Calamaro. Cuando nos juntamos siempre caemos en lo mismo: somos más fanas del rock que músicos, por más que él tenga formación académica y yo no, los dos empezamos a tocar porque queríamos pertenecer, intentar el juego de acercarse a esos grandes del rock que siempre admiramos”. Carca cuenta que la ruta del rock fue parte de su vida desde muy chico, cuando vivía con su familia en Ciudad Evita, pero que nunca la vivió como una fantasía, sino como su camino natural.

“Mucho después me di cuenta de que había tenido la suerte que me pasaran ciertas cosas a una edad muy temprana. Para mí todo ese mundo era lo normal, cruzarme con Pappo en la casa de un amigo mío, que era como su sobrino, y verlo tocar de al lado en algún cumpleaños o ir con un pibe en un Citroën prestado a devolverle uno de los dobles bombos a Juancito ‘Locomotora’ Espósito, de El Reloj. A los 12 años casi que yo pensaba que eso era normal, porque Ciudad Evita es un gueto muy musical, y es un gueto que también está en la pomada, super adelantado. El primer grupo de público grande de Babasónicos sale de Ciudad Evita. ¿Cómo lo explicás? No tengo explicación, pero es gente que está con las antenas paradas. Cuando empezamos con los Tía Newton, no sé si por simpatía local o lo que sea, muchísimo público era de Ciudad Evita. Con los Redondos también, la mayor parte del público al principio era de ahí. Raro. Es un lugar hermoso, con gente que se va a quedar toda la vida ahí, en bajada, y también con gente que está ahí porque se siente en un lugar hermoso, lindo, bucólico, pero que necesita data, que le gusta estar informada. Vos pensá que en 1980 ya estaba dando vueltas entre mis amigos más grandes Never Mind the Bollocks, de Sex Pistols, o la cosa más sinfónica de Van Der Graaf Generator, que también me la morfé de chiquito. Y también estaban los modernos más del tecno, con los primeros discos de Depeche Mode y cosas menos populares y más raras. En ese momento sentía que el mundo era así, pero después me di cuenta de que tenía que agradecer de haber atravesado esa historia”.

Carlitos Carcacha tuvo su primera guitarra criolla a los 9 años (“fue como si me hubieran dado un cohete de la NASA: no entendía nada, no podía sacarle un sonido, nada. Una desilusión total”) y a los 12 convenció a sus padres para que le regalaran una guitarra eléctrica, porque ya se sentía “del palo del rock”. “En ese momento agarré la guitarra y la toqué como la toco ahora. No evolucioné nada, me quedé siempre ahí. Sí quizá evolucioné en el sonido, pero en la forma de tocar no. Porque yo aprendí con un Daffunchio en Sumo. En esa época te hablaban de Adrian Belew, a los Sumo les había roto la cabeza el Bowie de Scary Monster, pero no sabían tocar un carajo y pelaron esa locura increíble y esa es la gente que me gusta. Obviamente tipos como Cerati, que tocan todo, me encantan, y él puso todo lo otro que esos guitarristas no tenían y nos tapó la boca y nos dijo: ‘Miren, soy como Lindsey Buckingham, canto, toco y hago todo perfecto’. Después nos fuimos dando cuenta de que Gustavo al Lindsey Buckingham se lo había morfado. Y ahí tenés otro tipo que nos enseñó, no había tipos enfocados en esa forma de tocar. Otro zarpado, que hizo todo tocando muy poco, aunque en realidad él toca mucho más de lo que muestra, es Julito Moura. Escuchaba los solos de Julio Moura y eran tres notas… ¡pero qué buen gusto! Yo quería ir a conservatorio, viste, pero en casa no teníamos un mango. Entonces yo siempre tuve la disyuntiva entre aprender a tocar o no, porque también gracias a los músicos que no estudiaron nada y así y todo se tiraron a la pileta a crear algo nuevo, es que tenemos nuevos conceptos. Si no, sería fácil, solo tenés que estudiar y después aplicás eso y ya serías fantástico. Pero no es así”.

¿Cómo fue que te cruzaste con Pappo de tan chico?

Iba al colegio con un amigo que ya en sexto y séptimo grado tocaba el bajo. Una cosa rarísima. En primer año con él nos juntábamos a tocar en el quincho de mi vieja. Venía con el Ami 8 de la madre, con un equipo que pesaba una tonelada y el bajo. Era chiquitito y ni se lo veía por el parabrisas. Mi vieja me decía: “¡Pero su mamá es una inconsciente!”. Su papá era productor de la Sony en ese momento y había tenido algo que ver con la edición del disco Pappo - Hoy no es hoy, y conocía a Boff, a “Locomotora” Espósito y a un montón más. Pappo iba seguido a su casa y mi amigo me pasaba a buscar: “Vení que está el Carpo”. Y nosotros íbamos, por más que sabíamos que no éramos bien recibidos, porque éramos la peor calaña del barrio, con las muñequeras de Riff y todo. Éramos refanas. Yo no lo podía creer y cuando entraba a su casa ni podía hablar. Lo miraba y trataba de no mirarlo al mismo tiempo. Era hermoso verle la mano izquierda, era Maya Plisetskaya haciendo El lago de los cisnes. No vi nunca algo así, te lo juro.

¿Y de grande, ya como músico, cuándo volviste a verlo?

No, después de esa época pasó mucho tiempo hasta que lo volví a ver. En 1996, esa tía de mi amigo Fede, que tenía un affaire con Pappo, me hizo la gamba para llevarle al Carpo A un millón de años blues. Ella estaba haciendo prensa en ese momento y Pappo estaba con los Widowmaker y al final, por más que yo insistía en que no se lo llevara, se lo llevó. Mucho después, me lo cruzo en Cosquín. Estábamos comiendo con los Baba y sucede una cosa extraordinaria. Pappo viene a la mesa y me dice: “Meneca me pasó el disco. Me gusta, me gusta mucho”. Insistió, viste: “Está bueno, está bueno”. Nada más, no te voy a mentir. Pero para mí ya estaba. Inmediatamente como que abre la cancha y mira para toda la mesa larga. “¿Y estos quiénes son?”, dice a todo volumen. “Son los Baba, buena banda”, le digo. “Ah, estos son los que se visten de putos. Ja, ja, ja, ja, ja”, lanzó su carcajada y se rompió todo, porque todos se rieron. No era ni un insulto, era algo gracioso.

Por momentos Pappo era como un nene…

Total, siempre vi en él un niño perversamente travieso y yo en un punto medio que soy igual. No quiero hacer de ese niño un personaje protagónico, pero habita en mí, obvio. El niño tiene que vivir, si el niño no vive dentro de uno es una amargura. Aparte también que uno conserve la desfachatez de ser músico, de subirse a un escenario y de no tenerle miedo al ridículo, tiene mucho de infantil. Y bueno, creo que tanto Babasónicos como yo somos dos entidades que podemos decir, con la frente bien alta, que no le tuvimos miedo al ridículo nunca. No cualquiera. En eso hemos tenido una coherencia y una insistencia grosas. Hemos tenido los looks más extravagantes. No sé quién nos puede llegar a competir… el Soda de Nada personal, Fricción, no sé, no hay muchos que se hayan ridiculizado tanto. Pero nosotros queríamos ser ridículos de verdad.

Editado en 1996, A un millón de años blues es el segundo álbum de la discografía solista de Carca y en su momento no solo tuvo la bendición de Pappo, sino que también llamó la atención de un tal Luis Alberto Spinetta. “Yo siempre supe que el Flaco fue un divino conmigo, a un nivel que me da vergüenza, ¿viste? El Flaco me decía algo rarísimo: ‘Vos siempre acordate de que la familia Spinetta es tu familia y que si necesitás algo, la familia Spinetta va a estar, porque la familia Spinetta te ama’. Me lo repetía cada vez que nos encontrábamos y me miraba a los ojos y yo le decía: ‘Sí, tranquilo, ya lo sé’. A través de él me he vuelto a enamorar de esa cuestión de la familia, un legado preciado que él dejó. Yo me hice cargo de ese amor y por eso con el Dante tenemos una relación increíble y, por más que musicalmente quizá no tenemos mucho en común, siempre que nos juntamos el viejo aparece por ahí y cambia todo. Yo me potencio y él también. Tiempo después, Anita Álvarez de Toledo, que frecuentaba la casa de los Spinetta, me contó que un día el Flaco los paró a todos en el living y dijo: ‘Tienen que escuchar esto’. Y les puso A un millón de años blues. Solo el Flaco puede hacerte algo así”.

“Recuerdo que mi viejo lo quería mucho y se copaba con su música”, cuenta Dante Spinetta. “Le había gustado mucho el concepto de ese disco A un millón de años blues, del título y del sonido que tenía. A Carca lo conozco de chico, desde los 90, y me parece que es uno de esos músicos que todavía mantienen el rock vivo, con esa energía que a mí me copa, de creatividad, de ingenio. Y se toca todo con la viola también. Hace tres años lo fuimos a ver con Emma a Mar del Plata y estuvo increíble. El quía para mí además es uno de los letristas más grossos del momento. Creo que está subvalorado, tendría que tener mucho más espacio y cartel, por decirlo de alguna manera, porque Carca la reaplica. Es un quía retalentoso, que maneja una estética zarpada. Carca es uno de los buenos que quedan del rock”.

Carca dice que el Barrio Chino le recuerda a Barcelona, que tiene esa cuestión cosmopolita y de cruce de comunidades que lo transportan mentalmente a cuando vivió una temporada en El Raval, “entre paquistaníes, marroquíes, chinos y putas”. Ahí vivió entre 2001 y 2004, con una joven novia modelo que le bancaba la parada, porque él no tenía resto. “Entonces, menos laburar, hice de todo”, confiesa y sonríe. “Porque cuando llegué, si tenía una buena racha, tocaba dos veces por mes. Había muchos bares, pero con el rock no pasaba nada y todos estaban enganchados con los DJ y la música electrónica. No sé si había una ley estética o fashion, pero era medio como obligatorio que todos los bares tuvieran un DJ. Yo había ido con mis discos y cuando la vi, me metí por ahí. Aunque con una selección más del mundo del electro, que estaba al palo en esa época, Gigolo Records y esas cosas. A mí me gusta mucho, porque en realidad ya tenía el backup de Moroder, de Telex, de lo más popular de ahí, pero uno sabe que es algo distinto, no es electrónica, no es house, es electro, más oscuro, más relacionado al rock en un punto. Y me fue rebien, tenía residencias y tocaba de miércoles a domingo todas las noches. Había una movida tremenda y me hacía acordar a lo que pasaba en los 80 acá, pero con el rock, que entrabas a cualquier lado y te veías unos shows increíbles. Yo desde 1985 en adelante me vi a todos los grupos de rock argentino”.

¿Y cuándo diste el salto de ser público de rock a subirte a los escenarios?

Como músico profesional empecé en 1987, cuando armamos Tía Newton. Tocábamos por Ciudad Evita, pero ya al año siguiente estábamos en el circuito de acá: Boa Vista, Medio Mundo Varieté, el Parakultural, Caras Más Caras. Mucho después llegó Die Schule, eventualmente estaba algún Cemento, que lo hacíamos con un montón de grupos más. Se hacía cualquier cosa ahí, un día hicimos un Tributo a Soda Stereo, cualquiera, porque todavía estaban tocando ellos, pero era una idea de Omar (Chabán) para juntar dinero para un colegio. Me acuerdo de que fue Gustavo y fue el homenaje más bizarro del mundo. Armábamos distintas formaciones y yo toqué con Andrea Álvarez y Corvata. En esos años también nos cruzábamos con los Decadentes, incluso con el último Don Cornelio, ya disolviéndose y otros más, como Bersuit Vergarabat. Como no había una formación estable en Tía Newton, los shows se diseñaban estrictamente para los lugares donde conseguíamos fechas, sea en un desfile de modas en Puerto Madero o un show de rock para la monada.

Por aquellos días iniciáticos en las tablas, Carca vivió uno de los momentos que, ahora, asegura ha sido fundamental para encarar el resto de su vida. “Me sortearon para la colimba y entré con un número altísimo. Pero cuando fui a la revisación, ahí en el distrito San Martín, estaba reconfiado que me iban a mandar de vuelta para mi casa. Yo tengo un desorden genético de nacimiento, ya había tenido neumotórax, un aneurisma, cataratas, de todo, y llegué con una batería de radiografías. Pensaba que ya con verme el tipo me iba a decir: ‘Tomatelas inútil’. ¡Y me pusieron apto! ‘Te esperamos el lunes’, me dijeron. Entonces deserté y a partir de ahí me di cuenta de algo importantísimo en la vida: uno siempre puede elegir. Porque uno puede entender que naciendo en un lugar superpobre, sin recursos, sin nada, a veces la tiene muy difícil y por ahí resulta fácil caer en tratar de evadirte de esa realidad, por eso en las villas está el paco y esto y el otro y entonces te sumergís y te dejás llevar por la frustración. Pero mi viejo salió de la nada y era un pobre pibe desahuciado que a los 5 años limpiaba un mercado para morfar, pero pudo salir de ese lugar. Yo estaba convencido de que no iba a hacer la colimba y tenía todo el plan por si me venían a buscar: me iba a subir a la terraza y escapar, ya sabía por qué techos y todo. En esa época los milicos te vacilaban a morir por cualquier cosa. Imaginate a mí con lo freak que soy. No tenía chances. Pero lo que valoro es la hidalguía, y quizás la racionalidad, de ese joven que se daba cuenta de que no hay que bajar la cabeza y hacer las cosas que uno no quiere hacer. Hoy lo único que hago que no quiero es pagar los impuestos”.

En diciembre de 1992, Tía Newton, junto a Babasónicos, Martes Menta y Juana la Loca, formó parte de la avanzada “sónica” que teloneó a Soda Stereo en la presentación del álbum Dynamo, en el estadio Obras Sanitarias. “Lo que queda a través del tiempo es el gesto que tuvieron aquellos músicos con nosotros. Sobre todo Gustavo, que fue el factótum de la propuesta. Él estuvo dando vueltas en las pruebas de sonido, siempre muy atento, y nos escuchaba y nos preguntaba cosas con respecto a los efectos de guitarra como un igual. Esa noche todos éramos iguales a pesar de que nosotros éramos unos desconocidos”, decía Carca al cumplirse el vigésimo aniversario de aquel ciclo de conciertos. “Esos shows fueron una bisagra, ya que muchos fans de Soda comenzaban a no comprender qué pasaba. Ellos se la jugaron y en el pináculo de su popularidad no se durmieron en las arenas movedizas de lo clásico que te hunde. Con ese disco, Soda pasó a otra dimensión. Dynamo aplastó y embelesó a la gente de una manera terrible: la obra los estaba pasando por arriba”.

En 1999, con la separación de Soda Stereo ya consumada, a Carca le llegó el rumor de que Cerati iba a volver a armar una banda para lanzarse definitivamente como solista y que lo andaba buscando para sumarlo al proyecto. “Yo había sacado mi tercer disco, el púrpura, y cada tanto me cruzaba con algún músico que me decía que Gustavo me iba a llamar. Pero yo desde un principio sabía que eso no iba a funcionar. Hay que tener también la entereza y la ubicación, porque la verdad es que a mí me hubiese encantado compartir con Gustavo ese momento, pero bueno, siempre sostuve que mi forma de tocar es equidistantemente opuesta a la de él y yo no me puedo acomodar a su forma, por eso nunca pude ser sesionista. Yo puedo tocar cualquier cosa, pero lo toco como toco yo. Cuando Gustavo finalmente me llama y me invita a su casa para tocar y ver qué onda, ahí le digo: ‘¿Sabés lo que pasa, Gustavo? Yo te voy a arruinar todo. Yo no es que toco así porque elijo tocar así. Vos sos perfecto’. Gus muy tranquilo se rio y ahí quedó. Siempre me quedó pendiente grabar algo con él, invitarlo en un álbum”.

Carca prepara para 2022 dos discos solistas −uno de ellos con amigos invitados−, y a ocho años de la salida de su último álbum dice que quiere reencauzar su carrera solista, tras acompañar, desde 2009 y como músico todoterreno, a sus amigos Babasónicos. “Empecé a grabar este futuro disco a finales de 2017″, cuenta tirado en el sofá favorito de su departamento de soltero eterno. “Pero a mí que pase el tiempo con las canciones un poco formateadas me sirve mucho, porque los temas se van ubicando en su concepto y yo les voy encontrando su personalidad. Yo ya descubrí un mecanismo que, no sé si por mi ineptitud o mi personalidad, se transformó en mi modus operandi y me permite ‘carquizar’ las ideas y llevarlas a un punto en el que hasta los errores benefician mi música. Por eso pasa tanto tiempo hasta que puedo ver la real cara de la canción y, por otro lado, uno intenta conseguir ese lugar propio, pero sin repetirse”.

Según la visión de este músico singular, por estos días hay muchos grupos buenos y músicos que tocan muy bien, pero que son muy pocos los que logran mostrar algo personal. “Lo nuevo en la música muchas veces es lo propio, porque no hay algo nuevo en la música, lo que hay es gente nueva que a veces, por suerte, puede ser distinta. Si hubiese una pregunta tan perversa, digamos, y buena a la vez, que sea ¿por qué creo que merezco un lugar?, la respuesta sería porque lo que hago no lo hace otro. No hay otro Carca, no hay un solista hoy que maneje esto, esto y esto, de una manera con tanto humor, con cero solemnidad, a veces con profundidad. Lo que siento hoy es que todo es más estratégico, más pensado. Después de todo este tiempo me di cuenta de que por lo único que puedo fundamentar mi estadía acá, es porque hago lo que hago”.

En medio del proceso creativo de su nuevo disco −del que adelantará algunos temas en el show que ofrecerá el 25 de febrero del año próximo, en Niceto Club−, a Carca le surgieron canciones para otros artistas. “Me pasó de estar componiendo y pensar: ‘Este tema lo tiene que cantar Julieta Venegas’ o ‘acá me lo imagino a Dante’, ‘en esta canción estaría bueno que cante Emma Horvilleur’ y así. Entonces todo este cúmulo de canciones con otros artistas me parece que tienen que ser otra cosa, quizá un EP o un disco aparte, no sé. No digo hacer esa barrabasada de un disco de duetos, porque eso es lo que siempre hacen las compañías discográficas. Lo mío no es algo estratégico. Es otra meta: intentar hacer que la unión de dos artistas no se convierta en eso que vos denostás cuando lo ves en otro lado. Eso me parece que es interesante. Porque si no, te sale algo como lo de Turf y Ca7riel, que es un deal claramente armado por una compañía”.

¿Y cómo te llevás con la movida urbana y el trap?

A mí me parece que ahora pasa algo rebueno. Siento que hay una libertad que invita e incita constantemente a hacer lo que se te cante. No hay reglas en el mundo musical. ¿Qué tenés que entender con eso? ¿Que es el momento de hacer trap? No, es el momento de hacer lo que se te cante, porque los del trap en un punto hicieron lo que se les cantó y lo que ellos consideraron que estaba bueno. No sé, se cagaron en el rock de años y está bien también, porque el rock mainstream tampoco es que hoy se banque noblemente la historia del rock. El rock también de alguna manera operó como para quedar obsoleto. Si ni siquiera es rebelde, ni irreverente, si se pierde eso y son todos unos pibes con ganas de pegarla, es raro. Está bien entonces que haya salido el trap y haya pateado el tablero. Estoy mucho más a favor del pibe con la computadora tratando de con su puta herramienta ser algo y ser alguien, que con unos ególatras rockeros que piensan que solo por ser rockeros ya tienen el mundo ganado. Y resulta que vinieron unos y pegaron una patada y dijeron: “No, el rock es viejo y no tenés nada ganado”. Para ganártelo tenés que hacer que el rock sea nuevo. El rock quedó acomodado y adormecido, con la pantalla atrás, el festival de rock, las luces y eso y no hay variantes.

¿Creés que al rock le falta renovación?

Claro. Mirá si no lo que pasa con Babasónicos, que sigue siendo un grupo que intriga y que llama la atención y es un grupo de 30 años. Eso habla de que la escena no se renovó. Además, siento que las bandas que ahora están −entiendo que son un resultado lógico de la juventud, perfecto− hacen la música que yo escuchaba en 1983. Y para colmo la música que no era la música copada. Como si te dijera que en esa época escuchaba Autobús o La Oveja Negra, eso no era la papa. Pero bueno, eso me sirve para quedarme en paz y entender que lo que hago está bien.

Por Sebastián Ramos