Ni la hermana de Victoria, ni la esposa de Bioy, ni la amiga de Borges: Silvina Ocampo, una escritora a la que pocos entendieron
Literatura
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2023-08-01 19:51:12
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Se cumplen 120 años del nacimiento de la autora de “Autobiografía de Irene” y “Poemas de amor desesperado”. La reedición de su obra permite redescubrirla.
Doble aniversario de Silvina Ocampo y excusa ideal para reeditar su obra completa. A 30 años de su muerte y a 120 de su nacimiento (el 28 de julio de 1903), Lumen relanza sus libros de cuentos y algunos textos inéditos. ¡Y atención a las tapas!, porque de cada libro tiene una cubierta con una fotografía (eso que Silvina odiaba y amaba en partes iguales) de fotógrafos amorosos, encontradas en archivos de herederos directos.
Bien vale aprovechar la movida editorial para conocer, volver a leer o retomar cuentos, poemas y misceláneas de una autora que siempre está y que, sin embargo, siempre se nos escapa. Porque Silvina Ocampo escribió una obra misteriosa y en transformación permanente, quizá poco entendida para su época (tan rigurosamente borgeano ese tiempo, tan varonil y super lógico). Una obra para volver a paladear con ojos curiosos y mente abierta.
“Nos parece que con un lanzamiento así ayudamos a difundir una literatura cuya potencia e imaginación son el antecedente y la referencia de mucho de lo que se escribe hoy. Pareciera que la época finalmente alcanzó a Silvina Ocampo”, dice Juan Ignacio Boido, editor de Penguin Random House a cargo de este espectacular relanzamiento.
Ni la esposa de Bioy, ni la hermana de Victoria, ni la amiga de Borges: Silvina Ocampo tiene su propia voz, una poética propia, original y unívoca dentro de la literatura argentina, fruto de un trabajo minucioso y constante con la palabra, con la escritura, con el silencio también. Una figura misteriosa que pasó su larga vida puertas adentro, entre la timidez y la parquedad.
En una entrevista memorable que hizo Hugo Beccacece en junio de 1987, (Silvina no daba entrevistas casi) la pregunta fue en esta dirección.
-¿Le temías a la gente? – preguntó el entrevistador.
-De chica, no me gustaba. Sólo quería y me gustaban muy pocas personas. La gente siempre me ha perturbado. Cuando no me gusta, porque no me gusta; y cuando me gusta, porque me gusta, porque me encantaría estar siempre con ella, porque la extraño cuando no está. Recuerdo que me llevaban a comer a casa de mi abuela y me pedían que contara lo que me pasaba en la plaza, durante el día. A mí me daba miedo hablar y que todos hicieran silencio para escucharme. Hablaba cuando todos hablaban, lo que decía se perdía en la confusión. Y cuando los demás se callaban, yo también me callaba. Si me decían: “¿Por qué no hablás?”, yo respondía: “Pero si ya hablé”. Y después seguía un largo silencio.
Gran momento entonces para leer a Silvina Ocampo.
La nena de la casa Silvina Ocampo es la sexta hermana Ocampo, “el etcétera de la familia”, como ella misma decía, la menor de una familia de señoritas, de pura cepa criolla, dinero y estirpe, padres y abuelos fundadores de la patria, terratenientes de grandes estancias, biblioteca, caserón en San Isidro, varones abogados o militares, mujeres educadas con institutriz, viajes a Europa con vaca a bordo (para que no falte la leche fresca), y una idea aristocrática sobre el mundo, el dinero y los pobres.
A Silvina le encantaban los pobres. De niña, se escapaba de las reuniones familiares y de las sobremesas para ir a la cocina, al cuarto de planchado, al lavadero, a las habitaciones de sirvientas y sirvientes de la casa. Le gustaban sobre todo los mendigos que llegaban a la casa de San Isidro a pedir comida. En esa célebre entrevista de 1987, Hugo Beccacece preguntó:
-¿Qué opinaba tu familia de esa pasión por los mendigos?
–No les gustaba. Ellos no querían que yo los atendiera. Pero yo lo hacía igual. La pobreza me parecía divina. En ese entonces, cerca de San Isidro, vivían muchos chicos pobres. A mí me parecían tan superiores a los que nos visitaban, mucho más divertidos que mis primas. Mis primas eran unas pavotas, unas inútiles. No sabían robar nada; no sabían juntar coquitos; estaban siempre impecables, no se movían para no desarreglarse. Los mendigos, en cambio, tenían unos pelos despeinados, unas crenchas espléndidas. Además esos chicos pobres estaban siempre quemados por el sol; tenían un color de piel tan lindo. Siempre me quedó la añoranza de la pobreza. Después crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas. Pero la pobreza te da libertad: uno no teme perder nada, no está atado a nada.
De esas incursiones en las habitaciones de planchadoras y costureras, de esas meriendas con mendigos y aventuras en las cocinas, lavaderos y salas de planchado llegan los personajes a sus cuentos. Amelia Cicuta, Porfiria Bernal, Celestino Abril, Livio Roca, chicos crueles, mujeres grotescas, personajes de gestos exagerados, placeres despampanantes de los pobres, tortas con mucha crema, frases disparatadas y altisonantes y el humor tremendo de quien pone la mirada, quien narra, porque, como dijo José Bianco, la mirada sobre los pobres nunca será crítica, ni revolucionaria, ni cuestionadora de un orden social, sino simplemente pintoresca, extrañada, fantástica, divertida y ciertamente cruel.
Silvina publicó muchísimos cuentos. Algunos, magistrales. Entre los imperdibles están: “La soga”, “Las fotografías”, “Carta bajo la cama”, “Cielo de claraboyas”, “El vestido de terciopelo”, “El pecado mortal”, “El diario de Porfiria Bernal”, “Autobiografía de Irene”. Y la lista se puede ampliar a piacere.
Pero antes de escribir, a Silvina le gustaba pintar. Y dibujaba retratos con gran precisión. Llegó a ilustrar algunos libros y participó de una muestra junto a Xul Solar y Norah Borges (de quien era muy amiga). De jovencita había tomado clases con maestros en Europa, Giorgio de Chirico, Fernand Léger, los más conocidos. Pero un día dejó de pintar y empezó a escribir.
En su libro La hermana menor, Mariana Enríquez cita a la propia Silvina contando algo de este viraje de la pintura a la escritura. “Me enojé con De Chirico y le dije que él sacrificaba cualquier cosa por el color. Me contesta: ¿y qué hay aparte del color? Tiene razón. Pero los colores me molestan. No se pueden ver las formas bajo la confusión de tantos colores. Asi que me empecé a desilusionar. Me alejé de una pasión que también era una tortura. ¿qué me quedaba? ¿escribir? ¿Escribir?”.
Dice Mariana Enríquez: “De Chirico, a pesar de los choques, resultó ser su gran maestro, el hombre que con su idea de la pintura, que la agobiaba, la impulsó a una forma que, para Silvina, era menos confusa”. De Chirico dio ambiente, clima, formas al espacio donde Silvina ubicará desde la escritura a sus personajes. Esa mirada extrañada y surrealista de situaciones cotidianas, vulgares también, a las que encuentra sin compasión el efecto cruel o desopilante.
En 1949 ella le dedicó uno de sus poemas más conocidos, “Epístola a Giorgio De Chirico”, en su libro Poemas de amor desesperado. Es un poema autobiográfico: “Girogio De Chirico, yo fui su alumna,/ recuerdo el perfil griego y la manzana,/ y el cielo de Paris en la ventana, donde soñó el espacio y la columna/ mientras pintaba yo impetuosamente (…). Y sigue después: “No invocaré las hojas ni las ramas,/ para pintar paisajes duraderos,/ no invocaré los hombres verdaderos,/ quiero del edificio el muro en llamas, /el hombre como un leño sobre el suelo,/ las arañas de sombra estremecida, /la máscara, la espuma definida,/ la atormentada formación del cielo”.
Caséme con Adolfito Silvina Ocampo publicó su primer libro, Viaje olvidado, en 1937, a los 34 años. Por esa misma época conoció a Bioy Casares y se fueron a vivir juntos, un hecho que podría haber sido un escándalo para las familias que, sin embargo, no ocurrió: Silvina hacía lo que quería, además ya era grande y sus padres eran muy grandes. Por otra parte, se dice que la madre de Bioy estaba enamorada de Silvina y casarla con su hijo fue la manera de tenerla cerca: “Tenés que conocer a Silvina, es la más inteligente de las Ocampo”, dicen que le dijo la señora. Et voilà.
Se casaron en 1940, el mismo año en que Bioy publicó su primer libro bueno (La invención de Morel). El mismo año en que el trío Silvina- Borges- Bioy publicó la (impresionante) Antología de la literatura fantástica, un libro que diseñó el nuevo mapa de lecturas en las tradicionalistas costas de la literatura local. Algo estaba cambiando para lectores y lectoras de este sur del mundo, y Silvina, desde su silencio, estaba escribiendo en el eje de ese gran viraje.
El casamiento con Bioy fue poco menos que un trámite. Borges fue testigo de la boda. No hubo fiesta ni reunión ni nada. Todo ocurrió en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, Pardo, partido de Las Flores. Silvina mandó dos telegramas para avisar del suceso: a Pepe Bianco, su amigo y editor de la revista Sur, le escribió: “Beaucoup de mairie, beaucoup d’ église. Don´t tell anybody. What verano” (Muchos ayuntamientos, muchas iglesias. No digas a nadie. Qué verano”. Y otro telegrama para sus hermanas Victoria, Francisca y Rosa: “Caséme con Adolfito. Besos. Silvina”.
El matrimonio fue largo y sinuoso: Adolfito, ya sabemos, era un seductor incorregible. Silvina también, pero conservaba su sutileza, esa timidez o perfil bajo. María Moreno, que logró entrevistarla en 1975, cuenta cómo cayó rendida a los efluvios seductores de Silvina:
“En los años setenta, Silvina Ocampo no daba entrevistas. Pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven. No se negaba de entrada. Imponía condiciones, con la seguridad de que no serían cumplidas. A mí me propuso un cuestionario que no hablara nada de literatura (…) La entrevisté: Silvina Ocampo se sentaba en forma de esvástica, usaba piloto dentro de la casa y salía a la calle sin cartera. Me enamoré de ella. (…) Me le declaré. Me preguntó qué quería decir exactamente o, mejor dicho, exactamente qué quería hacer. Yo no tenía idea. Ella sonrió y dijo: ‘Sufro del corazón’, ‘Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik’, le contesté y me fui dando un portazo. (…) Volví. Ella me saludó como si nada hubiera pasado”.